martes, 27 de enero de 2009

MADRE HIERRO

Iba doblando la esquina de la cocina y entonces la vio, recostada en ese viejo sillón, tan viejo que ya formaba parte de la casa, la veía cada vez más pensativa, tratando de escapar de aquella melancolía que poco a poco se iba llevando su corazón a llantos. El sabia que tenia problemas, entonces se preguntaba que podría aquejar tanto a esa mujer de hierro, de la que cada problema lograba sacar una solución tan directa, tan espectacular que pareciera copiarlo de un libro de experiencias, que podría matar de pocos a aquella mujer que parecía ser de una cáscara de agallas, pero en ese tiempo él notó que también tenía una pulpa de ser humana, al final una mujer ya cansada de toda su juventud, descubriendo una etapa de su vida que al ser tan desconocida era al mismo tiempo esperada por ella, al final parecía dejarse vencer por aquellos problemas que no parecían tan mortales, pero al final era ella quien sentía aquellos dolores del alma que eran como martillazos en aquel motor que aún la dejaba respirar.

El no se atrevía a preguntarle nada, pero eso no permitía ignorar tal etapa de depresión por la que pasaba esa mujer tan amada, una tristeza tan inesperada, como la muerte, como el amor, que adjunto a problemas internos se hizo un puño tan fuerte que ella ya no resistía más, parando en cada rincón de la casa, en el viejo comedor, frente a todos los comensales, sus ojos se teñían de rojo, un rojo como el del atardecer de ensueño, aguantando, resistiendo aquella ganas de abandonarlo todo, al final era también un ser humano, una mujer común y corriente, que luego de muchos años hizo descubrir su misterio.

Curiosamente todo empezó en su alma mater, su pasión, aquel viejo consultorio que le había dado lo más gratificante, intenso y feliz de su vida, que por razones del destino, aquel destino, cruel ingrato, como queriéndose vengar de lo que nunca hizo, tal Hiroshima se vio devastada por aquel escándalo, que se cayó como un imperio de naipes, quebrándose como el más débil cristal, porque así era ella para él, todo un cristal, así sucedió, su nervios colapsaron y se apuntalaban cada vez más y todo el mundo lo sabía, era cada vez más fuerte su angustia que disimularlo era un intento tan vano y absurdo como tratar de penetrar el sol.

Mientras tanto él no se atrevía a decirle nada, como queriendo ser indiferente a ese dolor que contagiaba hasta las flores, el jardín ya no era el mismo, la atmósfera de la casa se volvía pesada, dura, amarga, como un ambiente de un duro cemento que todos debíamos soportar porque al final la amábamos.

Hubo un día en que él entró a su habitación, ya abandonada por ella, casi como un viejo museo, como las ruinas de una cultura que tras dejar siglos de bonanza se hundía en la eternidad de la decadencia, abrió el cajón de la cómoda más vieja que tenía, y se topo con un tufo a medicamentos, que pareciera haberse transportado inesperadamente a una droguería del siglo pasado, lleno de pastillas con nombres que hasta el hombre que tenía la más astuta lengua tenía derecho a trabarse al intentar leerlas, tal vez buscaba una última opción de escape de ese mundo de pesadillas interminables, oscuras y angustiantes, queriendo calmar su tristeza con esos medicamentos que sólo servían para el cuerpo, es decir, no le servían a ella, porque ella del cuerpo estaba sana, necesitaba otra clase de medicinas, porque él estaba seguro que el dolor era del alma.

Así era todo el tiempo, resistiendo los gritos, ataques inesperados por parte de aquella mujer que al final se vio rendida a merced de su angustia, como Grecia ante roma, dejando todas sus nobles mujeres al servicio de los nobles guerreros enemigos, así fue pasando el tiempo, así fue muriéndose en vida cada día más, así aquella mujer se consumía como fogata de una noche atrevida en la playa, así, como si cumpliera un ciclo de vida, tal vez seria como el fénix, pero no, el sabia que ella ya no seria la misma.

Al mismo tiempo no podía entenderla, como una mujer tan fuerte se quebrara tan rápido o fuera al final envoltorio de sentimientos, porque era tan buena y caritativa que también fue débil a tales males de la vida, como si fuera la manzana más roja y dulce de una jaba envenenada, apetitosa victima de contagiarse de aquel mal potente y mortífero. El no entendía como podrían ser tan diferentes entre si, como el blanco y el negro, desinterés e interés, el era todo un indiferente a aquellas desgracias cotidianas, pero en cambio esa mujer, de carne y hueso, tenía sentimientos más nobles, más fieles a un dogma de “servilismo”, porque pareciera que su don era ser caritativa, don que fue maldición al final, debilidad y traición, un don no es así, tal vez no.

Entonces dejo de pensar en todo eso despertando de un sueño fugaz de recuerdos amargos, parado frente a ese cúmulo de tierra y césped, contemplando aquella parcela, mirándola fijamente como queriendo obtener respuestas de ella, viendo los últimos escritos en aquel bloque de piedra tan pesado que era una seguridad para aquella mujer ahora. Entonces fue cuando se arrepintió de todo lo que no hizo, cuando maldijo las dudas y desdénos de aquellos momentos en que él era tan primordial como la célula en el cuerpo, así debería haber actuado, ahora se arrepiente de no haber hecho lo que en verdad deseaba, arrepentido tanto como un silencio que se muere en aquel último suspiro, pero que era tan necesario como el pan de cada día, como el sol para vivir, como el aire mismo para todos, así debería haber actuado, pero ya no podía hacer nada, entonces fue cuando se alejo de la tumba de su madre dejando libres aquellas lagrimas que debieron liberarse antes, deseando que esa sensación de impotencia le permitiera volver al pasado.


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