martes, 27 de enero de 2009

RIZOS

Me vi frente al espejo rodeado por sus brazos frágiles, blancos y suaves, me vi cautivo, como protegido al extremo por su afán de hacer un buen trabajo, extasiado ya por su raro aroma pero el cual me hacia levitar suavemente, es que ese aroma nunca lo habría de olvidar, nunca.

Fue hace algunos años cuando desde muy mozo acompañado de mi padre, un hombre joven, apuesto y de algunas canas pintadas que reflejaban el arduo trabajo y cansancio que a pesar de su mediana edad se hacían reflejar, una especie de prototipo para mi, claro que debía mejorar algunos aspectos sobre su actitud, reacciones forjadas por su dura niñez, iba siempre que la naturaleza me hacia darme cuenta que era necesario arreglar mi mollera.

En esos tiempos, todas mucho más jóvenes, como niñas candidas, puras, recién conociendo el mundo, tiernas jovencitas, inmaculadas, bellas, atendían fielmente las clases prácticas de su amada madre, que a parte de ser madre era sabia consejera y maestra del oficio de aquellas muchachas. Iba frecuentemente, siempre al mismo lugar, a ser atendido por sus suaves manos, sus dulces voces sus recatados y frágiles andares y sobre todo por su profesionalismo.

Ahora recuerdo reflejado en ese trozo de espejo, mirándome a los ojos yo mismo, recuerdo como había pasado el tiempo, no solo para mi sino también para esas dulces muchachas de cabellos rubios que siempre me atendían con agrado, me di cuenta que el tiempo así como destruye, forja y cuaja, moldea y refina, en este caso no había pasado en vano.

Ahora en estos tiempos veía pasar muchas generaciones, muchas muchachas, la mayoría hijas y sobrinas de aquella dedicada madre que atendía el local con un arduo esfuerzo e ímpetu que pareciera que el precio de un corte no alcanzara para agradecerle todo lo que dedicaba. El lugar siempre estuvo en una avenida paralela a la principal de mi localidad, el espacio era mediano de dos pisos, siempre limpio, el suelo era recubierto por baldosas turquesas, mi color favorito, grandes espejos te decían la verdad todo el día y ni bien entrabas en ese mágico lugar un aroma a sinceridad, candidez e inocencia se te metía por las narices y no paraba el recorrido hasta quedarse grabado en tu memoria.

Todo eso pensé y presencie por un instante, cuando una suave voz me decía-listo amigo-entonces me di cuenta y me tope de nuevo con ese aroma extraño que me hizo temblar internamente, la vi a los ojos y le dije gracias.



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